#NoMoreMatildas
En
unos días, el 11 de febrero, se celebrará en todo el mundo el Día
Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, que sirve para aunar dos
grandes retos de nuestro tiempo, la búsqueda de la igualdad de género y el
papel central de la ciencia, la tecnología y la innovación en la
resolución de los problemas sociales, económicos y ambientales de nuestro
tiempo.
El
ámbito científico, y en concreto el académico, adolece de importantes sesgos de
género, lastrado por siglos de tradición aplastantemente androcéntrica, en los
que pocas mujeres a lo largo de la historia han logrado consolidar una carrera
científica reconocida y fructífera.
Para
contrarrestarlo, surge la iniciativa #NoMoreMatildas, que pretende reivindicar el
papel histórico de las mujeres en la ciencia, haciendo alusión a Matilda Joslyn
Gage, la primera activista que denunció el olvido sistemático de las
contribuciones de las mujeres a la ciencia. No sólo se reivindica devolver a
las científicas a donde siempre debieron estar, sino fomentar a su vez las
vocaciones científicas entre las niñas, huérfanas de referentes científicos
femeninos en la historia, ignoradas en los libros de texto y los productos culturales.
Un
ejemplo histórico lo tenemos en Rosalind Franklin, una científica
londinense del King’s College, responsable de la obtención de la primera imagen
de la doble hélice del ADN, aunque el premio nobel por este
descubrimiento se concedería a James Watson y Francis Crick, quienes
aprovecharon las extraordinarias imágenes de Rosalind para hacer su proposición
teórica y publicaron en la prestigiosa revista Nature, sin apenas concederle el
crédito que merecía.
No
sólo el propio contexto histórico en el que Rosalind trabajó -la sociedad
académica londinense de mediados del siglo XX-, sino las propias palabras de
Watson nos hacen pensar que minusvalorar las aportaciones de Rosalind no fue
algo meramente circunstancial, sino que estuvo motivado en gran parte por el hecho de ser
mujer, es decir, una discriminación directa
y en gran medida, abierta:
“Estaba decidida a no destacar sus atributos femeninos. Aunque era de rasgos enérgicos, no carecía de atractivo, y habría podido resultar muy guapa si hubiera mostrado el menor interés por vestir bien. Pero no lo hacía. Nunca llevaba los labios pintados para resaltar el contraste con su cabello liso y negro, y, a sus 31 años, todos sus vestidos mostraban una imaginación propia de empollonas adolescentes inglesas.” (Watson, J.D. 1978. La doble hélice)
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